San Justo es una ciudad de hermosos paisajes y los paisajes bellos son como los grandes amores, excesivos. No tienen mesura ni saben de control y sobrecargan los poros de la piel como si fueran un cortocircuito.Tambièn los momentos inolvidables de nuestra infancia sanjustina estàn en el ADN de la vida como lo està aquèl fatìdico 10 de enero de 1973, desgraciadamente difìcil de anestesiar. “San Justo era por entonces, hasta antes de las 14 hs, una ciudad de 12.700 habitantes”, decìa la revista Asì. Hay tiempos, en los tiempos recorridos, que son como los silencios, redondos, casi puros. Ese mièrcoles fue un silencio redondo, grande. Recuerdo que esa mañana hice lo de siempre, lo cotidiano, lo que hace un pibe de 9 años en vacaciones. Algunos mandados, comprar el pan, que por entonces no me ganaba y basta. Porque despues de todo un nino debe pensar en jugar, no? Eran tiempos felices, era un dìa feliz de una siesta en la “Pelopincho” para apaciguar el calor y buscar un motivo màs para no dormir la siesta. Despuès vendrìa la hora de tomar la leche o del mate cocido, con rodajas de pan y dulce de leche en la mesa de granito debajo de la glisina que perfumaba nuestros dìas. La siesta de San Justo hervìa como una olla a presiòn repleta de vivencias, palabras, recuerdos, risas, complicidad y toda una atmòsfera pletòrica de vida en mi infancia, como si fuera un fragmento de la perfecciòn. Lo era en realidad. Pero en vez de los dibujitos animados vimos una pelìcula de terror y los papelitos que creìamos haber visto volar por el cielo no eran otra cosa que pedazos de techos. Mis ojos no se acostumbraban a tanto asombro, un ingenuo asombro de un pibe que no tomaba conciencia de la gravedad de la situaciòn. En sòlo siete minutos el tornado le clavaba a la ciudad una puñalada certera, justo en el corazòn. El saldo de la tragedia eran casi 60 vìctimas y 500 heridos, 100 de ellos graves y 2000 casas destruìdas. Vivir a pocos metros del hospital significa tener todavìa el ulular de las sirenas de las ambulancias en mis oìdos. Aquella primera camioneta blanca que cargaba un cuerpo se transformò inmediatamente en una sucesiòn de resignados que iban al hospital pùblico en busca de una resurrecciòn de seres queridos...que nunca llegarìa. “Todas las comunicaciones estaban cortadas y la noticia llegò a Santa Fe con atraso ya que los automovilistas que transportaron los heridos dieron la tragica nueva”, sigue diciendo Asì. La tràgica nueva no era otra cosa que el golpe màs duro de la historia a nuestro pueblo. Jamàs habìamos recibido semejante castigo.Tornado de la muerte, viento asesino, asì lo llamaron.Tragedia y memoria, un pasado que nos puso de rodillas en el ring de la vida y un presente dignidoso que nos encuentra de piè y con la mirada alta. De piè y avanzando. Amargo aquel 10 de enero de 1973 cargado de làgrimas, sangre y escombros, muchos escombros. Era el drama convertido en un campo de batalla.Tantos ladrillos rotos como huesos y cicatrices.Tenìamos rota el alma ante tanta desolaciòn. De un plumazo San Justo perdiò casi todo, lo material, y lo que es peor, lo afectivo. Sufrimiento compartido para alivianar las cargas de nuestras penas. Dividimos dolor y llanto, nos hicimos solidarios, miramos los ojos del vecino. No podìamos reaccionar, pero reaccionamos. No podìamos creer pero creimos. El tornado es un feo recuerdo puesto en comùn en la mesa compartida de la palabra, con hijos que preguntaràn màs allà de las preguntas y con suenos que son el sueno de todos. Despuès de una gran tormenta sale el sol, dicen. Porque vivir tiene tanto que ver con el verbo compartir, que casi es el verbo mismo.